ARTHUR LARRUE
A sus cuarenta y siete años, el campeón del mundo de ajedrez Aleksandr Aleksándrovich Alekhine, ruso de nacimiento y nacionalizado francés, juega las partidas del mismo modo en que vive su vida: de victoria en victoria, de continente en continente.
Corre el mes de septiembre de 1939 cuando se embarca en Buenos Aires rumbo a Europa, junto a su mujer y el jarrón de porcelana que no lo abandona desde que, siendo un adolescente, lo recibiera como trofeo de manos del zar Nicolás II.
El hombre al que el compositor Harold Schonberg describió como «más inmoral que Richard Wagner y que Jack el Destripador» no tiene otra preocupación que la revancha que lleva doce años negando a su eterno rival, el cubano Capablanca. Sin embargo, en París le espera una carta llamándole a filas, mientras que el Reich le insta a unirse a su causa y crear una escuela de ajedrez para las futuras generaciones alemanas.
En un momento en el que todo puede aún decidirse en el tablero, el genio del ajedrez toma una resolución que lo convertirá en rehén de los nuevos dueños de Europa y colaborador de Hans Frank y Joseph Goebbels.